miércoles, 25 de julio de 2012

Felino.









Un ojo cual mirilla se coló entre mis sábanas. Las mañanas se torcieron, descubrieron un mundo de sonrisas y ojos henchidos por noches aleatoriamente dulces, volvieron a aparecer las pieles descubiertas por el tiempo. La distancia se midió en milímetros. A veces, ni eso. Echaron a volar los pájaros que anidaron en su cabeza, explotaron toneladas de dinamita en mi estómago. Así, noche tras noche, día tras día, pasé del reloj y el calendario sin siquiera tropezarme con el pánico reinante.

Sólo agua de mar. Todos los bailes descalzos que terminaron antes de empezar, aún así, los bailamos. El confeti desteñido en palabras flotantes sobre la tinaja del adiós desenredó la bobina de la sonrisa que me desarma. Absorber una cantidad ingente de oxígeno para pronunciar su nombre, el primer episodio. Sólo su mirar en el maldito agua de mar.


Las manecillas pararon, suspiré y, de repente, me enamoré de una forma sobrehumana.

domingo, 15 de julio de 2012

Max.

[Audio]

Como las cadenas del columpio enredadas por el capricho infantil de una tarde de tedio, desentraña el mundo. En sus ojos, apenas atisbo el comienzo de la perpetuación de la especie, pero, ahí está, la mirada; ese visor del alma pura que hace de ventana desnuda para aquel que nada tiene que juzgar y todo que aprender, que disfruta con el bucle incesante de la rueda de la bicicleta al girar, que se enreda en mis ensortijados cabellos rojizos, que se pierde entre las mieses de un verano que no se marcha.

Deseo que sea invierno, sus suspiros me hacen pedir que lleguen las nieves. Con su crudeza y oscuridad, disfrutar del calor del hogar, de unas sábanas para tres, de tazas calientes que descongelan manos, del entretejido que cubre pies en un pequeño vals descalzos que terminará a carcajadas. Sobre este parqué de buenas voluntades, nuestros pasos, y él mirando el amor que, en lugar de dividirse, se multiplica en el pequeño hueco de su cuello que huele a miel y a estufa.






El futuro tiene nombre, es Max.