domingo, 19 de abril de 2015

Un barco con mi nombre.




El agua, en su plenitud y serenidad, nos alberga. Cohabitamos en una marea de ritmo seducido. Templadas las aguas, pronuncias mi nombre y abarloas tu estribor a mi babor, suavemente.

Este barco, que es hogar y transporte, fue construido por las manos que no dejan de tocarse. Los dedos que martillean mi espalda sin dar tregua a los silencios, son la maldición que me ha devuelto a la vida. Y yo pido, y suplico, y rezo para que no me regresen a la ataraxia, indolente y muerta.

Avanzamos, flotando sobre una corriente lubricada. En el pecho crece un nido de pájaros carpinteros que se desplazan, venas y arterias tamborileando al son de tus pestañas. Descubro nuevas tierras al sudeste de tu anatomía mientras, tú, te desvives por colonizar los lunares y las cicatrices que dejaron las travesías de la inexperiencia. Hay mañanas y noches, timón y proa, izan mis pechos como vela mayor en cada nueva estación que reinventas.

En tu país no hay idiomas, ni pasaportes, la nacionalidad es posesión; si aborrasca, abozamos en tierra de nadie, que es el oleaje que se enfurece en tu dermis. Y si el cauce es violento, el fondo abrupto y en el casco una vía de agua se abre paso, me dejaré ahogar en tu saliva, me abandonaré desgobernada a tu voluntad.

Suave y ardiente como el verano, dijiste mi nombre. Zarpamos.


lunes, 13 de abril de 2015

(In) hábitat.




Hoy le hablé de ti por primera vez.

Le conté cómo me tirabas de los dedos de los pies hasta hacerme desesperar de risa; las ensaladas de aguacate bajo la viña, que nos amenizaba siempre la comida dejando caer alguno de sus frutos maduros sobre la mesa; los inviernos de chimenea, barro y leña. En tus historias de superhéroes, de amor y gloria, la niña siempre ganaba y se salvaba sola. Tú me hiciste feminista. Te gustaba recordar el galope a caballo en Italia, la lluvia de Costa Rica, las frías mañanas paseando en bicicleta junto a los canales, tumbarnos sobre una alfombra roja y cuando vivas en Sudáfrica que no se te olvide escribir. Yo no olvido el columpio que me construiste en la azotea, el primer día que me leíste, nuestro reencuentro en la montaña y cómo me gustaba que me peinaras.

También le conté que te encantaba enfadarme hasta hacerme llorar sólo por diversión [Lo que sea, pero que te sientas viva] y otras cosas que no quiero explicar: los discursos sobre mi falta de competitividad, caminar descalzos en la nieve, tus ausencias prolongadas, los gritos de incomprensión, el acelerador hasta el fondo, los silencios que abrían en canal, la piel roja, tus últimos momentos de miedo, las 7:00 del 29 de mayo, todo lo que nunca llegarás a decirme.

Se abrieron dos goteras en mis ojos al pronunciar tu nombre, se extinguió mi hilo de voz.
Exactamente como dijiste, ocurrió. Fueron campos prósperos.
Tal y como tenía que ser, no se me olvida nada.

Me abraza lo inhabitado.

domingo, 12 de abril de 2015



Las cartas sobre la mesa. Señalar, "esto nos separa, esto nos separa".
Prenderle fuego a la mesa. Gritar, "esto no se para, esto no se para".




sábado, 11 de abril de 2015

Esto no se para.



Le miro, sus ojos reverdecen.
Ya es primavera en sus manos.
Pasarán los años, pasará la gente,
crecerán las sombras, crecerá la tarde,
vendrán los perros a aullarme,
retornará el mar su piel salada,
hablaremos de pecados los lunes.

Respiro, las olas se acompasan.
Ya es vacaciones en su pelo.
Pasarán las horas, pasarán de largo las cigüeñas,
menguará el tedio, menguarán las noches,
bailarán de la mano las briznas de trigo,
acompañará el ventilador mi sueño,
florecerá el jazmín de su puerta azul.

Me acaricia, la electricidad tiembla.
Ya se enciende el esternón.
Pasarán aviones, pasarán dos palabras,
caerán las hojas, caerán los finales,
reescribirá los cuentos,
volarán cometas,
dormirá a tórax abierto.

Le pronuncio, su nombre es casa.
Ya se fracturó el silencio.
Pasarán los vientos, pasará la calma,
abrirá los ojos, abrirán la manta,
encontrarán los cuerpos acurrucados,
saldrán de puntillas de casa,
comenzará la sonrisa de la hibernación.




jueves, 2 de abril de 2015

miércoles, 1 de abril de 2015

Ítaca.





Abro las ventanas, te hablo, viento, a menudo. Viento barres, viento oxigenas, viento arrancas y viento,  viajas. Tráeme los recuerdos de la ciudad en la que nos (re)conocimos entrelazados en las espigas negras que adornan el iris doble que me mira.

Viento, paseas entre la brillante palidez de sus nuevos cabellos, resabiándote en cada visita. Arrasas con los restos de la antigüedad maldita, de los dioses sangrientos, de los relojes muertos. Ahora, acariciando su silueta contra la ventana, a piel descubierta, dejas al hombre bautizado en calma.

Viento, llegas en forma de brisa, te cuelas en mis pulmones y, disfrazado de huracán, me agitas las entrañas. Quiero desollarme las cuerdas vocales, viento, para descubrirle lo que hiciste en mí; que creas pasillos en la Tierra sólo para dejarte ver y traerme milagros de carne, hueso y vísceras.

Viento, que por diversión, haces sufrir a los mortales, frágiles juguetes en tus manos absolutas. Para siempre y jamás, también adverbios que te pertenecen. Nunca acabarás, siempre origen y solución, controlas la vejez con invisibles voluntades.

Viento, que consigues que el sonido se meza en el espacio hasta mí, que permites que los violines de su voz retumben en mi tímpano. Admite que no es casualidad, asume tu responsabilidad en esta interminable travesía que hace temblar mis crines.

Viento, gracias por regresarme a la orilla de esta Ítaca que lleva por nombre un emperador romano.