viernes, 15 de septiembre de 2017

Poppies.







El rebote de un balón en mis entrañas. [bam bam bam bam bam bam] Una serpiente se cuela entre las falanges y corre, qué digo, ¡serpentea! Por cada una de mis arterias deja un rastro de quemaduras y sal consigo. Yo sigo, me arrastro, me encojo y me agacho. No me sueltes jamás la mano.Te juro, soy mejor. [tic tic tic tic tic tic] 

Centenares de soldados se juntan a mi alrededor y se alimentan de los acúfenos que ahora suenan lejanos, embotados, en un eco de plástico rasgado. [dom dom dom dom dom dom] No puedo, quiero, no puedo, se me arruga la nariz, me zambullo en una película que veo desde fuera. Sábanas estériles recién planchadas reciben el mar rojo que mana de entre las piernas pálidas como espuma de mar. [shum shum shum shum shum shum]

Continuar, no puedo, deseo, ¡ay, qué miedo! [fu fu  fu fu fu fu] La artillería ha llegado desde el pueblo más lejano, crece la hierba al ritmo de sus pasos, existe la esperanza. Fuegos artificiales en el alma. Hiroshima. Un grito. Nagasaki. El silencio más temido siempre para el tiempo. Un quejido atronador. Huracanes en el paladar. [tac tac tac tac tac tac]

La primera respiración entre los pétalos encarnados que formaron tus mejillas me quitó el aliento. Bienvenido al mundo, hijo mío.

lunes, 1 de mayo de 2017

Boomerang.






Jan, como buen marinero neerlandés, tenía las manos ajadas y ásperas de tratar con las redes. Toda una vida había portado un nudo en el estómago cada vez que tenía que embarcar. Entre los rizos cobrizos de la juventud, pensaba y exploraba cada una de las posibilidades a la hora de la catástrofe, se le aceleraba la respiración hasta toser y la vejiga se le aparecía rumbera.

Hoy cumplía setenta y tres años y más de treinta embarques. "Cero naufragios", pensaba para sí mismo. La luna le acariciaba el lado izquierdo del rostro a través del ojo de buey del compartimento. El agua entraba sutil y caprichosa por debajo de la puerta. Cerró los ojos, tranquilo y se dejó mecer por primera vez.

Boomerang.



A Marietta sólo le gustaba la tarta de lima. No había selva negra, ni frutas azucaradas brillantes, ni queso con arándanos que le hicieran cambiar de opinión. Su madre decía que era la tarta de lima sentir el verano en la boca, pero a ella sólo le gustaba por el color. La tarta de lima a veces eran vísceras de alien, otras, mocos, pero siempre era la merienda con mamá. Entre caricias, los rayos del sol entraban por la cocina, y reían. Reían muy fuerte entre las cinco de la tarde y la hora del baño, con los carrillos llenos de crema verde, esperando a que papá volviese para contarle el cuento del botón.

Marcaba cinco de abril el calendario y papá hacía cuatro meses que no volvía. Ya no había tarta de lima. A Marietta ahora le gustaban las cremalleras.

Boomerang.



"La navidad en Berlín es más agradable que en Varsovia". Pues sí, pues sí, pero cuidado con el hielo. Una bicicleta usa el timbre y Helena ¡salta! con el corazón que late al ritmo de una marcha militar.

No recuerda si tenía los ojos verdes o azules, ni si se comía las uñas, ni de qué trataba aquel trabajo para la universidad de arte que iba a entregar. Ahora sólo puede mirar al techo y soñar que es un estanque, un lago, un océano, un mar de nubes, las sábanas de un chico escuálido que conoció en una biblioteca. Helena sólo recuerda o inventa o crea. Helena no puede abandonar su cuerpo inerte para vivir.

Boomerang.