martes, 21 de junio de 2011

Octubre y el viento.

Cuando en la soledad de una noche de octubre aparecieron unos cabellos por la esquina de aquellas calles empedradas, el viento entró a través de los poros de la piel de su cuerpo revitalizando todos los tejidos.

Ella, que creía estar muerta.
Ella, que pensaba que no había salida.




Ella, que no recordaba el candor del ser humano.
Ella, que había borrado todo recuerdo del ayer.
Ella, que vagaba por el mundo sin nombre ni rumbo ni sentido.

Ella, encontró el halo de luz que parecía esperar desde hacía varias vidas: dos filas de perlas por dientes, debajo de dos gajos de mandarina por labios, con un par de ojos profundos que pedían a gritos que no fueran silenciados a golpe de hilo y aguja, un mentón que deseaba exprimir cada segundo de sus vidas y unos brazos abiertos dispuestos a recibir un golpe de viento de los que sólo se dan en octubre.

Moribundo (sí, usted), una cosa tengo que anotar, y es que estos encuentros tiene sentido y los fuegos de artificio son, por primera vez, brillantes e intensos… Aunque sea una locura. Aunque todo desemboque en el desierto del olvido. Aunque haya que perder, porque no exista más opción.
A pesar de ello, hay que jugárselo todo a los dados.

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