miércoles, 26 de agosto de 2015

El señor del sueño.



Tres días. Los últimos tres días tuve una aparición onírica, un perfecto desconocido. El hombre alto, moreno, de tez blanca que aparece en mis sueños tras unas gafas negras, nunca ha pasado por mi vida. Jamás he podido mirarle a los ojos en un accidente de casualidades, en el suburbano, en un pasillo del supermercado, en la mesa 45 de la biblioteca. No le avisté en fotografía alguna, nunca nuestros ojos se cruzaron, ni una palabra referida en la vigilia. No sabré cómo huele porque, mi querido desconocido, no existes.

Eso es, eres un producto de mi mente, reflejo de miedos y deseos, apareces en mis momentos de paz para distraerme. ¿Me perturbas o me concentras? Eso es. No existes, pero ahí estás. Siempre que giro la mirada en fase REM, te encuentro. A veces, lees el periódico y me miras como desconocida. Otras, discutimos sin voz y me rechazas. Eres el mudo e inexistente extraño que todos querríamos tener. Porque no existes ¿verdad?

Por un momento, regreso a la infancia, el tiempo donde lo insensato tiene sentido. Imagino que, en algún lugar del mundo, eres, despreocupado, un ser gris de oficina y apartamento. Tu miserable vida transcurre cada día como un calco del anterior, pero, desde hace tres días, una extraña se cuela en tus sueños. A veces te discute en idiomas desconocidos; otras, permanece de pie, bajo la cúpula de cristal que ilumina la sala blanca donde lees el periódico. Pero siempre es ella, que soy yo, y te miro sin pudor.

Entonces, la confusión nace, como en una partitura de Rachmaninoff, me aturde y me devuelve a la sencilla y tediosa existencia, donde los sueños sólo son un automatismo más de nuestra rutina marsupial. Me levanto, me cepillo los dientes, unos ojos hinchados me recuerdan que esta noche debo acostarme antes, el desayuno es pobre y rápido, todo transcurre en una escala horizontal de realidad brutal. De repente, al apearme del ascensor, el recuerdo de tus negros cabellos alborotados me invitan, impacientes, a sumergirme en ti, a soñarte de nuevo como el señor del sueño.


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