viernes, 31 de julio de 2015

El aviador.




Comienza con una ligera punzada en el entrecejo. Posteriormente, se ramifica la corriente desde la hacia la base del cráneo. Ahí, frena de repente y se diluye sin fuerza a través de los vasos sanguíneos hasta llegar a los talones. Un globo aerostático se hincha entre el esternón y la lengua.

Es el vértigo de asomar la cabeza por una ventana en el piso sesenta y siete, la cabeza totalmente transversal a la imaginaria línea perfecta que crea, en contrapunto, el suelo, y abrir los ojos de repente. Las 23:59 en el reloj de la cocina, el borde de la ropa interior, el beso en la nuca de esa foto, la primera caída de la montaña rusa, el suspiro antes del examen final. Cuando creo que debo abandonarme por la inercia de la tensión, dejarme caer por el inicio y el final, aparecen sus manos aviadoras y elevan el vuelo de la tráquea.

En círculos, las notas aparecen a la par que las cuerdas son violadas por unas yemas francesas. Me devuelve a las siestas de verano, a los campos de lavanda, la primera bocanada de aire al llegar a la superficie, el sol de otoño resurgiendo en las nieblas bretonas, el calor de las manos de mamá, un aliento dulce que susurra mi nombre consciente de a quién nombra. El susurro, pasa a ser un silbido al final, confunde los vocablos de mi título con el tintineo feliz de su voz distraída.

Está cuerdo, se expresa bien, no mira de reojo ¿Es una supernova lo que oigo al retumbar su risa en mi tímpano? ¿Acaso confundo estas tierras con la certidumbre del polvo? ¿Es luz lo que veo a través de su garganta, que me eleva y me sacude indefensa? ¿Es cierto lo que me cuenta el silencio entre las patas de la cama antaño ensombrecidas?

Cuidado, muchacha, sé prudente, que aquel que todo te da, todo te puede quitar. No vueles cerca del sol.

lunes, 27 de julio de 2015

Happy to be back.




Su mirada dio dos vueltas de campana. Inspeccionó su cráneo por dentro y la red nerviosa estableció su residencia fija. Un nudo de soga se había instalado en la boca del estómago apenas unas horas antes.

Tres meses. Tres meses, dos días y diez minutos habían pasado desde la última vez. Recordaría los segundos con exactitud inequívoca si hubiera mirado el reloj en el preciso instante en el que se despidió, pero la intuición traicionera no le puso en sobreaviso de la brecha que estaba por abrirse entre sus pies. El tiempo es profundamente caprichoso.

Había memorizado los momentos, congelados, que decoraron la historia. Su olor, la distribución del vello facial en su mentón, cómo iluminaba su rostro el fulgor de las velas de la tarta. El veinticinco de abril nació una bocanada de humo negro que se tragó todo lo conocido. El demonio del pasado reciente regresó para secuestrarla de nuevo y casi creyó oír como el corazón del emperador se descomponía como un cadáver mediocre.

Pero ahí estaba. El verano había aterrizado y, con él, ella misma frente a la puerta de la tregua con el rostro desdibujado por la disculpa. Recuperó el aliento mientras los tambores de la jungla bombeaban bajo el vestido de algodón rojo. Ya no importaba el calendario ni el reloj, el sol ajusticiaba sus pupilas. El paso se adelantó.


- Me alegro de que hayas vuelto.
- Me alegro de estar en casa.