miércoles, 13 de junio de 2012

Ascuas.



De repente, abrió los ojos. Los abrió con una lucidez tal que se le heló la sangre. Había estado vagando entre la agonía, el optimismo y la terrible esperanza durante tanto tiempo que acabó por perder toda identidad. Ni la lascivia nocturna, ni los litros digeridos, ni el irrespirable humo, ni tan siquiera las seductoras luces de neón, la habían retirado de su objetivo final: ÉL.

Sus últimas palabras las escogió al azar. Murió entre calada y trago. Resucitó entre saliva y piel.

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