martes, 21 de junio de 2011

Cien días.

"En Nantes no hay nada", pensaba Suzanne, pero en Nantes estaba ella, sin miedo y con exceso de divanes, fiebres y claves de fa. Si hubiera visto escritas en negro sobre blanco todas las veces que había pensado en abandonarme a mí misma, probablemente Suzanne hubiera escondido la cabeza detrás de un sillón azul y hubiera muerto de vergüenza.
Hoy pienso en Suzanne porque hoy es el día número cien. Cien días atrás me encontraba con la angustiada Suzanne en Nantes, corriendo arriba y abajo por las calles empedradas y temblorosas por la felicidad de la juventud y la sensación de libertad que sólo conocen los que no tienen nada que perder. Y en estos cien días, no ha habido ni un sólo instante que no haya extrañado la risa histérica de Suzanne delante de un chocolate humeante, no ha habido una sola mañana que no tararee las cancioncillas marineras que le escuchaba cantar mientras pintaba.



Pero Suzanne se fue de Nantes hace más de cien días.
Cien días de una inmensa congoja que me anuda el estómago, en forma de postales de lugares como Zanzíbar, Mombasa y Niue, que quiero pensar suyas.
Cien días que la ví subirse a ese velero en el puerto, para no volver;
ciento seis días que olí su infantil aroma;
ciento cinco días que recogí su toalla mojada del baño;
ciento cuatro días que le di mi último beso maternal de buenas noches.

Mi pequeña Suzanne, ya eres libre, recuérdame en tus increíbles travesías entre constelaciones.

Te quiere, Mamá.

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