martes, 21 de junio de 2011

Festival de las luces de invierno.

nvaden mi casa a través de la ventana, me acosan, me persiguen y no me dejan ocultar mis oscuros rincones. Todo se ha aliado para iluminar mis secretos: las luces, tu sonrisa, mi teléfono, el correo, tu mano caída, el traje de chaqueta, tu cuerpo en mi cama, la música de antes ¡Hasta el ficus parece más vivo! Las calles de Nantes son ríos turbulentos de jerseys y bolsas brillantes, contrabajos y Haendel, sombreros rojos y estrellas guía, lágrimas y sonrisas en un aeropuerto. Todos felices, todos agotados, todos vivos.
En la buhardilla se ha parado el tiempo, hace frío y huele raro. Debe ser el pasado, que siempre tiene ese aroma a carcomido. Son cajas de cartón llenas de inviernos, de claros y oscuros, de postales de Vermeer y de ausencias de barbas. Incapaz de tirarlas, ya son veintidós cajas llenas de bombillas de colores, uvas y confeti; tus palabras mezcladas con otros "tequieros" ya ocupan caja y media.
Se ha iniciado el festival de las luces de invierno en Nantes. Son pequeñas, blancas y brillantes: insignificantes, pero iluminan tontamente las caras de los viandantes con nostalgia, intentando como cada año vencer la batalla que se inició en el principio de los tiempos: los recuerdos, tu aliento, el calor de otro, la ilusión futura, el borrón y la cuenta nueva.

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