martes, 21 de junio de 2011

La ciénaga.

La oscuridad es la ausencia de luz que no deja clarificar la existencia del ser. Dejarse llevar por las sombras buscando un hilo luminoso que permita pasar una brisa de autenticidad y termine con todas las intrigas, esa debería ser la búsqueda real del ser; pero, sin embargo, el individuo se empeña en vagar en la penumbra con rumbo incierto sin más, siguiendo susurros infestados de miedo y mentiras, en lugar de buscar incesamente una atronadora verdad que deje sordos los oídos envenenados.
Que hasta la más pura de las mentes esté condenada a vagabundear entre la pestilencia de las bocas humanas mendigando algo a lo que aferrarse, no sólo es triste sino difícil de aceptar. No creo que eso sea lo que la evolución nos tenía preparada como sorpresa final para nosotros, pero la imbecilidad de la raza es lo que tiene, que crea el caldo de cultivo más adecuado para la autodestrucción. No hay escapatoria, no hay antídoto, no hay refugio.
Sin respuesta correcta sólo quedan dos opciones: abandonarse en la ciénaga social o luchar contra ella, y ambas contienen riesgos impredecibles. Qué dilema.

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