martes, 21 de junio de 2011

En los parajes de tu sombra.




A lo lejos ya se divisaba su falda blanca, revoloteando sobre el horizonte infinito parecía que sus piernas acariciaran el viento. Era como un sueño, un dulce sueño de bosque encantado: Las mieses bailaban alrededor del sendero, su pelo largo y abundante se dejaba arrastrar levemente por las brisas, y la lluvia de verano parecía desfigurar su contorno. Pero era ella, era imposible que no fuera ella. La forma de andar, el volumen del cabello, y esa manera infantil de contonear los brazos eran propias de una sola persona.
 Habían pasado demasiados años, tal vez fuera la lejanía o quizás el desinterés, pero cuando estaban a apenas unos metros les sobrevino algo tan fuerte que les hizo parar antes de encontrarse. Ella ya no era la jovencita llena de vida qué el conoció, sino que los surcos del tiempo habían hecho mella en su rostro; y él, ¡qué decir de él!, también había perdido el fulgor de inocencia que rodeaban sus pecas de la niñez. Se miraron profundamente, como si fueran de una especie distinta, y no acertaron a decir ni una sola palabra.
 En efecto y por defecto, la imagen se esfumó. Ya no estaba ella, ni su falda blanca, las mieses no bailaban, y ya no estaba en la casa de aquel verano. Pero ella seguía estando, su piel habitaba en el melocotonero que crecía cerca del porche, el color de sus ojos nadaba en el whisky sobre la mesa, las amapolas habían robado el tono de sus labios afresados y su olor… ¡bendito olor! viajaba a través del tiempo a lomos del estío estacional.
Aquel hombre de dedos estriados había olvidado exactamente el momento en el que la nostalgia se instaló en su vida ¿Fue cuando tuvo que marchar a la guerra cuando era un chiquillo? ¿O acaso comenzó en los momentos en los que ella se perdía entre pensamientos por el jardín? Tal vez, simplemente, siempre estuvo entre esos abedules, o quizás empezara a atormentarle el día que ella expiró su último aliento.
Dicen que es imposible que dos personas de la misma condición emocional respondan "¡aquí!" cuando el otro pregunta "¿dónde?" (de ahí que el juego del escondite amoroso se convierta en un pasatiempo tedioso y lleno de furia) pero a veces, esa inesperada chispa aparece, aunque sea sólo por un par de segundos efímeros y odiosos, y cuando esto pasa… El recuerdo permanece, por desgracia, toda la vida vagando junto a ti, en los parajes de tu sombra.

[Img: Xabi Otero]

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