miércoles, 25 de julio de 2012

Felino.









Un ojo cual mirilla se coló entre mis sábanas. Las mañanas se torcieron, descubrieron un mundo de sonrisas y ojos henchidos por noches aleatoriamente dulces, volvieron a aparecer las pieles descubiertas por el tiempo. La distancia se midió en milímetros. A veces, ni eso. Echaron a volar los pájaros que anidaron en su cabeza, explotaron toneladas de dinamita en mi estómago. Así, noche tras noche, día tras día, pasé del reloj y el calendario sin siquiera tropezarme con el pánico reinante.

Sólo agua de mar. Todos los bailes descalzos que terminaron antes de empezar, aún así, los bailamos. El confeti desteñido en palabras flotantes sobre la tinaja del adiós desenredó la bobina de la sonrisa que me desarma. Absorber una cantidad ingente de oxígeno para pronunciar su nombre, el primer episodio. Sólo su mirar en el maldito agua de mar.


Las manecillas pararon, suspiré y, de repente, me enamoré de una forma sobrehumana.

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