lunes, 13 de abril de 2015

(In) hábitat.




Hoy le hablé de ti por primera vez.

Le conté cómo me tirabas de los dedos de los pies hasta hacerme desesperar de risa; las ensaladas de aguacate bajo la viña, que nos amenizaba siempre la comida dejando caer alguno de sus frutos maduros sobre la mesa; los inviernos de chimenea, barro y leña. En tus historias de superhéroes, de amor y gloria, la niña siempre ganaba y se salvaba sola. Tú me hiciste feminista. Te gustaba recordar el galope a caballo en Italia, la lluvia de Costa Rica, las frías mañanas paseando en bicicleta junto a los canales, tumbarnos sobre una alfombra roja y cuando vivas en Sudáfrica que no se te olvide escribir. Yo no olvido el columpio que me construiste en la azotea, el primer día que me leíste, nuestro reencuentro en la montaña y cómo me gustaba que me peinaras.

También le conté que te encantaba enfadarme hasta hacerme llorar sólo por diversión [Lo que sea, pero que te sientas viva] y otras cosas que no quiero explicar: los discursos sobre mi falta de competitividad, caminar descalzos en la nieve, tus ausencias prolongadas, los gritos de incomprensión, el acelerador hasta el fondo, los silencios que abrían en canal, la piel roja, tus últimos momentos de miedo, las 7:00 del 29 de mayo, todo lo que nunca llegarás a decirme.

Se abrieron dos goteras en mis ojos al pronunciar tu nombre, se extinguió mi hilo de voz.
Exactamente como dijiste, ocurrió. Fueron campos prósperos.
Tal y como tenía que ser, no se me olvida nada.

Me abraza lo inhabitado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario