domingo, 19 de abril de 2015

Un barco con mi nombre.




El agua, en su plenitud y serenidad, nos alberga. Cohabitamos en una marea de ritmo seducido. Templadas las aguas, pronuncias mi nombre y abarloas tu estribor a mi babor, suavemente.

Este barco, que es hogar y transporte, fue construido por las manos que no dejan de tocarse. Los dedos que martillean mi espalda sin dar tregua a los silencios, son la maldición que me ha devuelto a la vida. Y yo pido, y suplico, y rezo para que no me regresen a la ataraxia, indolente y muerta.

Avanzamos, flotando sobre una corriente lubricada. En el pecho crece un nido de pájaros carpinteros que se desplazan, venas y arterias tamborileando al son de tus pestañas. Descubro nuevas tierras al sudeste de tu anatomía mientras, tú, te desvives por colonizar los lunares y las cicatrices que dejaron las travesías de la inexperiencia. Hay mañanas y noches, timón y proa, izan mis pechos como vela mayor en cada nueva estación que reinventas.

En tu país no hay idiomas, ni pasaportes, la nacionalidad es posesión; si aborrasca, abozamos en tierra de nadie, que es el oleaje que se enfurece en tu dermis. Y si el cauce es violento, el fondo abrupto y en el casco una vía de agua se abre paso, me dejaré ahogar en tu saliva, me abandonaré desgobernada a tu voluntad.

Suave y ardiente como el verano, dijiste mi nombre. Zarpamos.


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