martes, 21 de junio de 2011

Enajenación al amanecer.

Se me erizaban hasta los pulmones cuando me acariciaba desde la nuca hasta el final de la espalda siguiendo el camino de la columna vertebral. Mis pechos parecían contraerse con el escalofrío, pero realmente era el corazón que se me erizaba con su olor. Eran los murmullos del despertar que cada mañana me dedicaba esperando una sonrisa a cambio.

A veces me fotografiaba mientras dormía, destapándome sutilmente la espalda o los pies, según vi el día que encontré las fotografías en el fondo del cajón de los calcetines. Cuando se aburría de esperar a que me despertara, ponía mi disco favorito y me masturbaba hasta que mis gemidos hacían temblar los pilares del mundo. Dedicó mañanas, tardes y noches a escuchar mis alocadas teorías sobre el Apocalipsis del arte y las razones por las cuales prefería las mandarinas a las manzanas para desayunar.

Nunca despreció el movimiento desordenado de mi cabello que bailaba al ritmo de mis desequilibradas neuronas en un vals con el viento del invierno.

Y para acabar el discurso, Señora, diré que más de una vez pensé que me podría asfixiar a causa de los paroxismos positivos que se activaban en mis entrañas al rozas mis dedos con los suyos.
  • ¿Acaso pensaba usted que me iba a impresionar?
  • Si eso no es Dios, dígame usted qué es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario