martes, 21 de junio de 2011

Pasión.



Un toque de jazz despierta mis más oscuros instintos: un toque, otro; una nota, otra; y sin querer se van entrelazando sin que haya más espacio entre ellas que una insignificante clave de sol derretida por la velocidad en que se acarician entre ellas.

A golpes de brisa me falta el aire, el cuerpo se deshidrata, el pulso se acelera, la espalda se arquea entre tus manos, así pues, de repente, no hay más espacio entre los dos que centímetros de piel. El silencio, el bendito silencio ahogado por tus besos, por tirones de pelo, por mordiscos en el hombro. La luz de las farolas entorpecida por siluetas me hacen olvidar si estoy en Nantes o en Marte, si soy hombre o mujer, si me pesan los años, si arrastro tragos mal dados.

Tu piel resbala cuando te alcanzo, tu lengua se convierte en la mayor de mis pasiones conocidas, y así me ato a la locura, como Ulises atraído irremediablemente hacia el malévolo y fulminante canto de las sirenas.

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